miércoles, 4 de febrero de 2009

Despedida eterna

Agitada y con la lengua afuera me esperaba en la puerta de madera magullada por los arañones constantes de desesperación con los que pedía libertad para salir a la calle e ir a la frontera de la muerte (entre la pista y vereda). Le gustaba el peligro ¡ni qué dudarlo! el pasar de los autos y el rechinar de las frenadas constantes de los autos, le alocaban. El riesgo de morir era su mayor pasión.

Pelos que se caían producto de su edad y huesos que guardaba como si fueran fósiles en una zona arqueológica aparecían en su cama, esa camilla forrada con gamusa verde que era trasladada del patio a la cochera. Kassandra no tenía un lugar fijo, no pagaba pensión ni alquiler y no sabía de arbitrios, pero el dictamen de la dueña fue implacable. Le dijo: ¡adios!

Fue el primer fin de semana del año que entré sin problemas a casa, ella no salía corriendo de la cochera a la casa para recibirme, solo me recibía el viento. Sus ladridos enmudecieron. Ella se fue sin pedir permiso ni se lo pidieron para invitarla a salir. La Negra, ya se había ido, se fue sin despedirse.

Pepe Vásquez, decía: “No es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós”. En algunos casos es cierto, pero en otros el adiós es eterno ¿pero qué le podría cantar a ella si ya no la tengo al frente ni tampoco me entendería? No me pude despedir.

Hoy la extraño y la recuerdo, siento que sus ladridos y besos dieron resultado. Ya no podré llevarla a la bodega de la esquina para que me cuide y conozca más la calle, ya no podré jugar fútbol con ella imaginando que soy Maradona debido a los simples regates con los que me burlaba de ella. Mientras que a unos les fastidia el sonido de su ladrar y sus besos mojados. Otros creemos que esos son vestigios del cariño y del amor a su dueño.

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