martes, 16 de agosto de 2011

Las aulas del amor




No siempre uno más uno es dos, a veces se queda en blanco como lo fue el primer amor del colegio. épocas tristes de ese “sí” que nunca llegó pero del “no” que se hizo esperar en un relato escolar de 1996.

Escribe Roger Gonzales Araki
Imágenes Internet

Fue desde el primer grado que me sentí raro en medio de tantos niños desconocidos, uno lloraba, el otro reía y le pegaba al más sano pero al final era igual porque odié esa época. Siempre recuerdo a los estúpidos de grados mayores que por ser eso, “mayores” son los llamados a humillar a los demás, pero lo que no saben es que eran tremendos estúpidos porque perdían su tiempo en niños que con las justas sabían hablar.

La verdad que desde chico vi al colegio como una cárcel. Entrar a las 8 de la mañana, y estar encerrado en un salón de clases- salir salvo para ir al baño o al recreo-, pues era obligado asistir a todas porque lamentablemente no había eso de “asistencia libre” como la universidad. Pero claro que uno podía “tirarse la pera”, pero increíblemente nunca lo pude hacer.

Era horrible saber que tenía que ir a comprar el odiado uniforme, ese pantalón plomo con camisa blanca que me hacía sentir un chico bueno, pero me sentía realmente asfixiado, sin oportunidades de protestar para sacármelo, qué triste. O recordar cuando llegaba en las mañanas- para colmo tarde- y escuchaba la música de la formación de los lunes, esa de los militares y con la voz estentórea del regente llamando a todos al patio sólo para escuchar su sermón del director y cantar el himno nacional, que dicho sea de paso sólo se debía entonar en ceremonias importantes y no en una inútil formación.

Pero lo peor eran las clases de educación física, qué aburridas. En los meses de verano debíamos entrar a la piscina, pero lo gracioso era que nos enseñaba el curso alguien obeso que al parecer no tenía mayor experiencia en salvataje. O cómo olvidar al profesor que cuando nos tocaba fútbol, nos hacía calentar durante una hora, para que sólo juguemos 10 míseros minutos, “cinco el primer tiempo, y cinco el segundo”, decía el gracioso.

Pero ya cuando entramos a la adolescencia, nos pica el bicho del relajo y de lo que se conoce como “amiguitis”, que no es más que una necesidad de todo adolescente para estar con sus mejores amigos y olvidarse de los problemas domésticos- que los tuve- ya sea jugando partido o conociendo “flacas”, que a partir de los 12 o 13 años te das cuenta que la vida gira en torno a ellas, que al recibir un solo saludo tienes la oportunidad de seguir ahí, conversándoles y quedar como lo máximo porque estás con la chica más bonita del salón, con la “gatita” como se dice.

Es por eso que siempre recuerdo ese año como el ejemplo de la adolescencia. Fue en 1996, año en que entré a la secundaria. Me sentía en otro planeta, parecía universidad, estaba acostumbrado a que los profesores estén al tanto de mis cosas, pero no fue así, era todo lo contrario. Pero quizás es el año que nunca olvido porque ahí me sentí bien realmente. Estar con mis amigos de toda la vida, el comienzo de la vida nocturna, el primer “enamoramiento”, si se podría usar esa palabra para un mocoso de trece años.


Considero que fue mi primer gran sufrimiento. Era una chica muy guapa, no lo voy a negar pero lo que no me gustaba era que tenía un talante de presumida, lo cual no sé si es porque era una de las primeras alumnas de la clase, es decir, todo un ejemplo de estudiante. A mí la verdad al comienzo no me atraía. A gran parte de mis compañeros y amigos les gustaba mucho, para estar recién en primero de secundaria parecía el símbolo sexual del salón y porqué no, de la promoción.

Pero ya en esos días del verano me encantó verla bronceada. Era de piel blanca, de contextura delgada que resaltada por su fino mirar que se dejaba alumbrar por el sol de las mañanas que hacían un juego perfecto con el collet albo que allanaba el viento que revoloteaba a sus cabellos.

Yo ya empezaba a saludarla, a hablarle de ella a mis amigos sobre los clásicos comentarios “está bien”, o “mira, ahí está”. Comentarios que eran respondidos satisfactoriamente por ellos. Pero ya eran reiteradas veces que un amigo muy querido me decía: “Oe, te estás templando”, y otra amiga que hoy está en Japón “pucha cómo te gusta ¿no?”, jodas que no quería aceptar pero ya no pude negar. Ya me gustaba.

Pasaban los días y no atinaba a nada, sólo a saludarla cándidamente o preguntándole estupideces como ¿qué tarea hay mañana?... ¿clásicas no?. En todo momento pensaba en ella, me sentaba a la mesa de mi comedor y meditaba ¿qué estará comiendo? Y además era gracioso porque me la imaginaba a mi costado mirándome.

Era tan perfecta que hasta practicaba atletismo, no era de los que iba a verla ¡no pues!. Pero en una oportunidad la observé en una carrera vestida de atleta- lógicamente- y la verdad me impresionó, pues para ser de esa edad lucía unas mayas provocativas.

Pero todo ya se hizo más pesado cuando le pedí su fono, el que me dio sin problemas. Los días transcurrían pero mi amor quedaba intacto, quería olvidarla para seguir con mis estudios pero no podía. Las entregas de libretas eran un calvario, las matemáticas eran lo peor. No recordaba los números, sólo me acordaba la fecha de su cumpleaños, su edad y su teléfono.

Hasta que luego de pasados varios días que me sentaba frente al teléfono y pensaba en llamarla para pedirle información de alguna tarea, claro está y lógico no les voy a engañar, también para conversarle. Habían momentos en los que quería demostrarle lo mucho que me gustaba, pero sus respuestas también nerviosas me lo impedían. Me sentía tan cobarde al sentirla al otro lado del teléfono y no decirle todo eso que sólo me despedía de ella.

Y transcurría el tiempo, se pasaban los meses y los cursos se me hacían más complicados. Pero ya quería terminar con todo ese idilio, yo sabía que ella estaba enterada de lo que sentía por ella, percibía que estaba pendiente de lo que yo hacía. Fueron días complicados, llegaba en las noches a echarme en mi cama para llorar ante tantos problemas. Mi familia, los malos resultados en el colegio y para colmo, un desamor.

Recibí clases de cómo declararse a una chica de uno de mis mejores amigos- a él lo habían rechazado muchas veces- a las que atendía seriamente. Parece gracioso, pero eso de practicar frente al espejo lo hice muchas veces antes de bañarme y de escuchar las baladas pegajosas de las noches en radio Sabor Mix.

Y hasta que llegó el gran día. Me moría de miedo, era complicado declararte a una chica por primera vez y sobre todo a alguien tan solicitada como ella. Recuerdo que la bella estaba rodeada de sus amigas que la verdad no eran de mi total agrado, parecía que no iba a lograr mi cometido pero ¡sí!, fue justo en unos segundos que la dejaron sola y fui hacia ella y le dije: “Hola, mmmm me gustas mucho y te quería preguntar ¿quieres estar conmigo?”. Esperé su respuesta, es más creo que hasta hoy la espero porque no me dijo nada. Sonrío y justo llegó la manada de amigas y tuvo que irse. Asumo que fue un “no”.

Ese día me sentí derrotado y avergonzado, regresé a mi casa cabizbajo y taciturno. No quise comer ni hablar con nadie, sólo salir por ahí con mis amigos a contarles lo que había pasado porque una mujer me había rechazado.

Y así pasé los meses finales, ya sin ganas de pensar en los cursos mas que sólo en ella y en “lo que pudo ser”. Ya se acercaba el fin del año escolar, cuando todos nos preocupábamos por si íbamos a pasar o no. Los “tiempos extras”, como se dice.

Lamentablemente, me dediqué más al curso del amor que en las matemáticas, RM, laboral y computación y pasó lo que tenía que pasar: repetí. Fue lo peor que me pudo pasar en esa época, se me iban mis amigos, “ella”. Todos los recuerdos se terminaban por un año de diferencia. No pude ver con su toga al chiquillo cargoso que hoy está en proceso de ser un ingeniero, ni a la chica rechazada por sus amigas que ahora es una abogada, a nadie, pues cuando yo estaba en quinto de secundaria todos ya se habían ido.

¿Ella?, ah claro sólo trataba de observar su sonrisa en los murales de ex alumnos que eran el orgullo del colegio. Ahora en este 2005 ya termina la carrera de Ingeniería Agroindustrial en San Ignacio resaltando siempre por su responsabilidad y belleza ante todo. Adelante gatita...

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